Empiezo a hacer maletas. Vacío mi armario y me voy, seguramente, no podré soportar estar tan lejos de mis 4 paredes, así que volveré... (No es una amenaza, creo)
Así que nada, a disfrutar vosotros también. ¡Hasta pronto!
Vivía solo, apartado de la realidad. En el tercer piso de un bloque de 5 plantas. Ninguno de sus vecinos sabía nada de el. Algunos decían que era viudo, otros decían que nunca había conocido el amor.
Y la verdad, es que las dos cosas eran ciertas. A sus 87 años, viudo, aun no había conocido el amor. Se casó con una mujer bella y frívola, que murió ahogada en su propia mentira.
No tenía hijos, ni le quedaban hermanos. Sus amigos habían ido cayendo a brazos de la amante negra uno tras otro, sin despedirse de el.
Y ahora sabía perfectamente que el próximo tenía que ser el. E incluso tenía ganas de morir, para así ver el rostro de la amante negra, de decirle que le había estado esperando siempre.
Una noche, se tumbó en la cama más cansado que de costumbre. Los ojos se le cerraban sin el quererlo. Pero su respiración cada vez era más ahogada. Negro, todo negro. Su cuerpo flotando en un mar oscuridad. La imagen de ella, de la frívola que nunca supo enamorarle. Otra imagen. Borrosa. Y una lágrima, la ultima, cae sobre su mejilla ya fría y sin vida.
Su cuerpo deja de flotar en ese mar de oscuridad para ahogarse en el. Y alguien abajo le espera, una figura esbelta, desnuda. Es ella, es la amante negra, seguro. Una corriente de agua que parecían bofetadas, arrastro su cuerpo hacía ella. Y cuando llegó, quiso dar media vuelta. La amante negra, la mujer bella y desnuda era ella, la que nunca le supo enamorar, su mujer.
- Los que nunca supimos amar, los que nunca supimos dar amor ni recibir, estamos condenados a vagar por este mar oscuro. Porque nunca nos dimos cuenta de que la vida es tan corta, que la única manera de disfrutarla, es dando amor y recibirlo. Por eso, tenemos que vagar juntos para siempre.
- Pero... ¿Eres la muerte?
- Sí y no, la muerte es solo el final de la vida, y en ocasiones, toma forma de la persona que no te dejo disfrutar de la vida.
Una vecina fue la que llamó a las ambulancias cuando el olor traspasó las puertas de su piso para adueñarse del bloque entero. La misma vecina que, cuando se llevaron el cadáver, entró en casa y recogió todas las pertenencias de el para meterlas en una caja de zapatos para niños. La misma vecina que toda la vida tubo miedo de decirle que la mujer frívola de la que nunca se enamoro y el, habían tenido una hija. Una hija que nació cuando el estaba en la guerra, y que su madre no quiso atender. La misma hija que solo tubo valor para instalarse a vivir en el mismo bloque que el y no mirarle ni a la cara en el ascensor.
Desde bien pequeña, le enseñaron a estar bonita. Siempre elegante, con una sonrisa eterna. Ella nunca preguntó el porque, le daba vergüenza no saber el motivo por el cual una mujer siempre ha de estar elegante en todo momento... Su madre, una mujer bella y elegante. Su abuela, cansada y vieja, pero con la misma belleza que cuando era joven... Todas ellas tan bonitas y tan elegantes. Y ella, que no sabía nada de la vida, que no encontraba ninguna razón lógica para estar todo el día pendiente de su imagen.
Un día su abuela enfermó. Todas las noches, su abuela le llamaba desde su habitación para que le ayudara a peinarse. Su abuela se soltaba el pelo y ella se lo cepillaba de arriba hacia abajo. Tenía el pelo gris, pero lacio y sedoso, largo hasta las rodillas. La niña se sorprendió al ver que su abuela, se lavaba la cara en su tocador, pero luego se echaba un poco de polvos en las mejillas, aunque no tantos como durante el día.
- Abuela... ¿Por qué hay que estar siempre bonita?
- La verdad, es que yo a tu edad tampoco lo entendía muy bien, pero con los años lo voy entendiendo todo mejor. Mira, ¿Te acuerdas de tu tía Zoya?
- Sí, bueno, no mucho... Se fue lejos cuando yo era pequeña.
- Se fue tan lejos, que ya nunca volverá... Ella murió, la muerte se la llevó una noche de invierno.
- ¿Que me quieres decir con esto abuela?
- Que has de estar bonita para cuando llegue la muerte. Nunca sabemos cuando llegará, por eso siempre, pase lo que pase, has de estar bonita.
- Pero... ¿Por qué? ¿Si eres bonita vas a un sitio mejor? No lo entiendo abuela...
- No, vas al mismo sitio que todos los demás, pero todos te recuerdan como la más bonita y elegante.
- Y eso que más da... Lo importante es que te recuerden los que te quieren. Yo te recordare por ser mi abuela, no por ser bonita y elegante.
Semanas más tarde, su abuela murió. Y años más tarde su madre. Las dos, bonitas y elegantes hasta el ultimo día. Pero ella seguía sin entender el porque, aunque ahora ya era una adulta. Y aunque no entendía el motivo, ella seguía siempre tan elegante y bonita como le habían enseñado.
Pasaron los años y ya era vieja. Y una noche de otoño le llego el momento.
Una mujer triste y ordinaria le agarró de la mano y se la llevó. Ella, confundida, vio que su cuerpo elegante y bonito se quedaba en la cama donde se había dormido esa misma noche. Y ella solo era un alma, sin elegancia, sin rostro.
Alguien hablando a gritos me despertó. Me asome a la ventana y los vi a ellos, riéndose el uno del otro, chillando como si la gente no existiera. La muerte y la vida. Y ahí tirada en el suelo, había una niña de 5 años. Inconsciente, inmóvil. Con tantas cosas por entender aun, con tantas metas que cumplir...
- Acéptalo, me la voy a llevar... ¡Siempre acabo ganando!
- Esta vez no... Esta vez aun no. No te lo voy a permitir.
- ¡¿Que vas a hacer por impedírmelo?!
- Aunque tenga que pactar contigo, pactar con la propia muerte, no te voy a dejar que te la lleves.
- ¿Pactar? ¡Ja, ja, ja! Eres demasiado débil para pactar conmigo. Tendrías que darme un cuerpo a cambio de otro, un alma a cambio de otra. Las cosas van así.
- Acepto.
- ¿Cómo?
- Que acepto, ya esta, quitale la vida a quien quieras, a alguien que ya no la quiera, a quien no la necesite ya para nada.
- A quien se la quito lo elijo yo.
Y entonces, todo mi cuerpo se enfrió, note como la sangre dejaba de circular, como mi cerebro dejaba de dar órdenes a todo mi cuerpo... Y caí, caí lejos del suelo de mi habitación, lejos de la ventana por donde presencie mi muerte. Y una niña de 5 años me dio un beso me empujo al vacío.
Pensé a perderme en mis recuerdos durante un buen tiempo. Fui de recuerdo en recuerdo, volví a reír y a llorar, me volvía emocionar y me volví a enfadar...
Pero cuando quise pasar a los recuerdos de hace... ¿tres años? Todo falló, ya no había recuerdos del pasado. Cuando te fuiste, te llevaste mis recuerdos, y los pocos que dejaste los convertiste en basura. Una basura que nunca saqué de mi mente, que ya olía a podrido.
Los estuve buscando todos los días por las habitaciones. Entré en una habitación donde habitaba la tristeza, y me dijo que mis recuerdos ya estaban perdidos, que ya nunca más podría revivir los hechos del pasado.
Haciendo caso omiso de ella, seguí buscando.
Y un día, por fin, encontré algo que me pertenecía. Un recuerdo de diciembre. Pero... estaba a medias. Cerca del de diciembre, encontré uno de octubre, pero este también estaba sin acabar.
A lo largo del día, por la misma zona, encontré otros 20 recuerdos, todos inacabados.
Seguí andando, aunque ya era de noche, la luna iluminaba el camino. Llevaba mis recuerdos inacabados a cuestas. Llegue a un lugar y vi a alguien tirado en el suelo. Borracho de dolor. Eras tu, con mis recuerdos esparcidos por tu alrededor. En una mano, tenías una caja.
La abrí y dentro encontré todos mis recuerdos y los finales de los que ya había encontrado.
Abatido, me pediste que te llevara a hombros a casa. Abatido, me contaste que solo robabas recuerdos para poder seguir caminando. Para seguir caminando, según me dijiste, valen los recuerdos y no te quedaban más.
Te lleve a hombros hasta tu casa.
Allí, te di tu primer recuerdo. El de una noche en que la luna iluminaba el camino, el de la primera noche en que conseguiste un recuerdo tuyo, únicamente tuyo. El de la noche en que la chica a la que le habías robado tanto, te ayudo a empezar de nuevo.
Tu primer recuerdo... guárdalo bien.